Las cosas trujillanas de todos los tiempos
CRONISTA JUAN DE DIOS SÁNCHEZ
Te impregnas del amor más puro del mundo
cuando llegas a las tierras trujillanas. Todos nos sentimos como si tu fuera el
invitado de honor y te damos aliento, manos amigas, café caliente y mesa buena
y limpia que , al compartirla contigo, sentimos como un inmenso honor que nos
llena de felicidad.
Es
el Trujillo que puedes ver pero déjame decirte que hay otro. Es el que está
debajo de las casas, en las flores más escondidas, en los paisajes más lejanos,
en el silencio de las plazas, en los cursos alegres y silenciosos de los ríos.
Es el Trujillo de los momoyes, especie de pequeños duendes que moran en
nuestras cosas más sencillas y que están por supuesto, en las montañas, en los
cauces secos de algunos ríos, en el sembradío de flores, en el ritmo de los
bueyes. Ellos viven, a veces, en cuevas muy profundas de donde, de noche en
noche, de tarde en tarde, salen a hacer alguna travesura o a dejar , prendido
el aire un encanto para que aunque te vayas molesto siempre regreses, o un
poema de amor que se enreda en el pelo de las muchachas que siempre sienten
como si el aire las besara y en su nombre dijera cosas muy hermosas.
Son
los momoyes los dueños del perfume de las flores, del canto de los pájaros, hay
un momoy que vive en las campanas, otros moran en el siempre eterno cantar del
agua en las tinajas y escondido en los helechos de nuestros altos montes se
esconden para verte la cara, saber por ella que eres buena gente y para cuidar
de ti, que eres el mejor de los tesoros, mientras andes por las tierras santas
de Trujillo.
Hay
un lugar trujillano que esta captado por la leyenda de los momoyes. Está, cerca
de la vuelta de la antigua carretera que llaman Tucutucu y que está hoy parte
del Eje Vial que comunica a Valera con Trujillo. Esa vieja carretera seguía las
curvas del río Castán, que es un nombre que suena a Biblia o a leyenda lejana,
y cuentan que un trabajador que se ganaba el pan construyendo la vía quedó mudo
porque uno de los momoyes lo había visto colocando grandes tacos de dinamita
para romper las piedras (es que los momoyes, también son los cuidadores de las
piedras). Cuentan que los que oyeron al momoy que les hablaba no pudieron
detener el llanto por la profunda tristeza del pedido del duende rogando que no
le destrozaran su casa. No sabré darles con precisión cuáles fueron las
palabras pero insisten en que el hecho sucedió, que el obrero quedó mudo mucho
tiempo y que siempre que se acordaba del episodio lloraba del mal que había
hecho al sitio donde siempre se ha insistido que existe la aldea más grande de
los momoyes de Trujillo.
Pero
además de esa magia que está escondida debajo de las casas Trujillo es un
resumen de hermosos paisajes que hacen llenar a los ojos de maravillas
intensamente nuestras: aguas que son el más querido refugio de la salud, de la
belleza, del amor; plantas y flores que no se cansan de derrochar colores,
perfumes y emociones; aires que vienen de los más altos parajes y que al llegar
a Trujillo se amansan y besan el rostro de los amigos que llegan como si fueran
gasas muy tenues que los aman y protegen. Trujillo es un eterno subir y bajar
de los cerros ya que los pueblos están al abrigo de los valles, encaramados en
las mesas, sensibles y buenos y cuya sola mención enamora y enternece. Voces
buenas como Trujillo, Mendoza, San Miguel, que retraen a las sabanas manchegas,
al mundo castellano o signos que se dejan oír como Boconó, Carache, Escuque ,
Tostós y Betijoque que suman el áspero hablar de los abuelos indios a la manera
española de decir las cosas. La Virgen de la Paz ( la que está en la Catedral)
y que se refleja en lo alto del cerro de Montero es una eterna invitación para
que te quedes, para que siempre regreses.
Nada
más. Una arepa caliente con mojo trujillano con un poco de picante y café sin
azúcar y no habrá perfil 20 que pueda contigo, Así es. Así será, por Dios yo se
los juro.
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